Celtas en Galicia: entre la historia y la leyenda
Imagina por un instante la luz del crepúsculo cayendo sobre las piedras milenarias de un castro. El viento, cargado de salitre y de leyendas, peina «os toxos» y murmura secretos entre los muros derruidos de una fortaleza circular que se asoma al abismo del Atlántico. Cierra los ojos. ¿Qué escuchas? ¿El fragor de la batalla, el lamento de una gaita, la voz de un druida invocando a dioses olvidados? Durante generaciones, nos han contado que ese eco pertenecía a un pueblo legendario: los celtas. Héroes de cabellos de fuego y valor indomable que hicieron de esta esquina del mundo su último bastión. Pero, ¿y si la historia, esa dama caprichosa y fascinante, nos tuviera reservado un relato aún más profundo, más antiguo y misterioso? Acompáñame en un viaje a la Galicia de los mil nombres, allí donde el mito y la verdad danzan juntos desde el principio de los tiempos.
La forja de un sueño: el nacimiento de la leyenda en el Rexurdimento
Corría el siglo XIX, y un viento de romanticismo barría el viejo continente. Las naciones, en plena efervescencia, buscaban en las brumas del pasado un acta de nacimiento, un linaje heroico que las hiciera únicas. Mientras Alemania redescubría a sus nibelungos y Francia a sus galos, en la península ibérica, Galicia vivía su propio despertar cultural, el Rexurdimento. Fue en este caldo de cultivo donde se necesitaba un relato fundacional, y lo encontró en la figura de Manuel Murguía. En su monumental Historia de Galicia (1865), Murguía, más que un historiador, actuó como un poeta de la identidad. Con la mirada puesta en la Irlanda de los bardos, tomó las escasas menciones de geógrafos como Estrabón o Plinio sobre los bravos kallaikoi y tejió con ellas un tapiz deslumbrante.
No fue un engaño, no. Fue la construcción de un sueño necesario que hermanaba a Galicia con las naciones del Arco Atlántico. Junto a él, el bardo Eduardo Pondal daría letra a esa ensoñación en su obra Queixumes dos pinos (1886), germen del futuro himno gallego, invocando a «os fillos de Breogán». Breogán, el mítico rey celta que, según la leyenda irlandesa del Lebor Gabála Érenn, avistó Irlanda desde las costas gallegas. Murguía no inventó un pasado, sino que le dio un nombre, un nombre que resonaba con la fuerza de la leyenda: Celta. Y ese nombre, como una semilla arrojada en tierra fértil, germinó en el alma colectiva de un pueblo.
Lo que susurran las piedras: arqueología y cultura castreña
Pero la historia es una ciencia paciente. Durante décadas, la arqueología en Galicia ha ido desvelando una verdad más compleja y fascinante. Los castros no eran avanzadillas de un pueblo llegado de Centroeuropa, sino el culmen de un desarrollo autóctono: la formidable cultura castreña.
Cronología de un pueblo aferrado a la tierra
Esta cultura floreció durante casi mil años, desde la Edad del Bronce Final (hacia el 800 a.C.) hasta bien entrada la dominación romana (siglo I d.C.). No hubo una ruptura, una invasión que barriera lo anterior, sino una lenta evolución, un crisol de influencias donde el sustrato indígena, antiquísimo, se enriqueció con contactos comerciales a lo largo de toda la fachada atlántica. Los castros son, por tanto, el hogar de los galaicos, no de los celtas de España en un sentido estricto.
Testigos de piedra: un viaje a los poblados galaicos
Para entender a este pueblo tienes que caminar sobre sus huellas. Acércate al Castro de Santa Trega (A Guarda), fundado en el siglo IV a.C., y sentirás el vértigo de la historia. O viaja a la península de Barbanza y contempla el Castro de Baroña (Porto do Son), una fortaleza marina casi inexpugnable. Y en el corazón de Lugo, el Castro de Viladonga, excavado y musealizado, te permite adentrarte en su vida cotidiana.
El genio de los orfebres: artesanía y riqueza
La maestría de sus artesanos queda patente en sus joyas. Los fastuosos torques de Burela o el de Xanceda, obras maestras de la orfebrería en oro, no hablan de una estética importada, sino del genio y la riqueza de los señores de los castros. Su arte, con sus espirales y motivos geométricos, entronca con la tradición atlántica, pero posee una personalidad inconfundible, genuinamente galaica.
El mapa oculto en la sangre: el veredicto de la genética
Y cuando las piedras parecían haber dicho su última palabra, llegó la genética. ¿Qué nos dice nuestro ADN sobre la supuesta ascendencia celta? La respuesta es sorprendente.
El viaje del haplogrupo R1b: una conexión en la Edad del Bronce
Estudios de paleogenética, como el revolucionario trabajo de Iñigo Olalde y su equipo publicado en Nature en 2019, han demostrado que el haplogrupo R1b, dominante en toda la Europa atlántica, no llegó con los celtas históricos. Su expansión masiva en la península se produjo mucho antes, durante la Edad del Bronce, ligada a las migraciones de los pueblos de las estepas. Este lazo de sangre nos hermana con irlandeses y escoceses, sí, pero en un tiempo muy anterior al de los druidas.
La huella de los primeros europeos: el sustrato paleolítico
Pero lo más revelador es el sustrato genético previo, el de los cazadores-recolectores mesolíticos. Imagínalo. Hace más de diez mil años, cuando los hielos se retiraban, gentes de los refugios del norte de la península ibérica iniciaron una formidable migración hacia el norte, bordeando la costa. Como señala el equipo de David Reich en Harvard, somos, en esencia, los herederos de aquellos primeros europeos. Un parentesco forjado por la supervivencia. La historia en nuestras células es mucho más épica.
El alma inmemorial: donde el mito aún respira
Una tarde, en un pequeño pueblo de la Costa da Morte, un anciano llamado Manuel me contó una historia. No hablaba de Breogán, sino de los mouros, seres antiguos que vivían bajo tierra y guardaban tesoros. «Eles xa estaban aquí antes que ninguén», me dijo. «Ellos ya estaban aquí antes que nadie». En esa frase residía una sabiduría popular que la ciencia comenzaba a confirmar. Quizá el verdadero misterio de Galicia no sea si fuimos celtas, sino la persistencia de ese mundo anterior, un sustrato mágico que aflora en leyendas como la Santa Compaña, esa procesión de ánimas, o en los ritos de la noche de San Xoán. Incluso la toponimia de Galicia, aunque latinizada, conserva raíces prerromanas que poco tienen que ver con las lenguas celtas continentales.
El viaje continúa: guía práctica y ruta por la Galicia mítica
Para quien desee seguir estas huellas, Galicia ofrece un viaje inolvidable. Festivales como el de Ortigueira celebran esa identidad musical atlántica, mientras la recuperación del Samaín en lugares como Cedeira nos conecta con el antiguo año nuevo celta. Museos como el Arqueolóxico de Ourense o el del Castro de Viladonga son paradas obligatorias.
Ruta de 4 días: tras las huellas de los galaicos
Para el viajero intrépido, propongo este recorrido:
Día 1: Orígenes en las Rías Baixas. Comienza en el imponente Castro de Santa Trega para disfrutar de sus vistas. Por la tarde, sumérgete en el arte rupestre prehistórico en el Parque Arqueolóxico de Campo Lameiro.
Día 2: Hacia el fin del mundo. Recorre la Costa da Morte hasta el Castro de Baroña. Siente la fuerza del océano y termina el día contemplando el atardecer en el cabo Fisterra, el fin del mundo para los antiguos.
Día 3: Corazón castreño. Adéntrate en el interior de Lugo para explorar a fondo el Castro de Viladonga y su museo. La muralla romana de Lugo, Patrimonio de la Humanidad, te recordará el encuentro de dos mundos.
Día 4: Viento del norte y música. Viaja a la costa norte para visitar los acantilados de Loiba. Termina tu ruta en Ortigueira, cuna del festival celta, donde el mito y la música se dan la mano.
Así, cuando hoy miramos las piedras de un castro, quizás ya no debamos buscar la confirmación de una leyenda, sino el testimonio de nuestros verdaderos ancestros. No somos los hijos de una invasión, sino la memoria viva de la vieja Europa. Y ese, créeme, es un misterio mucho más apasionante.
