En las brumosas tierras gallegas, la figura del apóstol Santiago se vuelve difusa, como un eco lejano entre los pliegues del tiempo. Envuelta en el misterio de la niebla que serpentea entre tradiciones y leyendas, su presencia se desvanece fundiéndose con la esencia misma de la tierra que lo acogió en sus brazos.
Como diría Juan Goytisolo «El apóstol Santiago, convertido en símbolo de la resistencia cristiana, se erige en el núcleo de un mito que en Galicia toma cuerpo y se confunde con la tierra, la niebla y las leyendas que la envuelven.»
Y es precisamente una leyenda la que sitúa al apóstol ejerciendo su labor pastoral en las cumbres cercanas a Iria Flavia, donde anteriormente se habría profesado el culto al agua. Otra tradición posterior nos relata su desembarco, posiblemente en el mismo lugar, hecho que no resulta del todo inverosímil si consideramos que, durante el auge del Imperio Romano, había una actividad marítima constante de comercio de metales entre las costas gallegas y las palestinas, con paradas habituales en los puertos del sur, quizás incluso en Andalucía.
A comienzos del siglo IX, en el mundo cristiano había arraigado la creencia de que España había sido evangelizada por Santiago, aún cuando los catálogos apostólicos más conocidos de la época situaban su sepultura en Palestina. Sería entonces cuando ocurrió el descubrimiento del supuesto sepulcro sagrado.
La tradición narra que un ermitaño llamado Pelayo, observó durante varias noches en el bosque de Libredón, cercano a la localidad de Iria Flavia, unas luces extrañas que parecían una lluvia de estrellas sobre el montículo del bosque. Asombrado por el prodigio, el ermitaño se presentó ante el obispo de la sede episcopal de Iría Flavia, Teodomiro, que decidió investigar los hechos, acompañado de su séquito. La revelación no tardó en manifestarse; allí, entre la maleza, encontraron un sepulcro de piedra rodeado de luz, que contenía tres cuerpos, uno de ellos con la cabeza separada del tronco, que el obispo identificó como los de Santiago el Mayor y dos de sus discípulos.
Teodomiro informó de inmediato al rey Alfonso II, quien rápidamente viajó desde la corte de Oviedo y confirmó la milagrosa revelación.
Impresionado por la solemnidad del momento, el rey decidió tomar medidas inmediatas para honrar y preservar este lugar sagrado. Ordenó la construcción de una modesta iglesia en el sitio del sepulcro y comunicó la noticia a Carlomagno. Corría el año 814, y el acontecimiento se propagó por toda Europa marcando el inicio de la historia del Camino.
El Camino de Santiago nacía como el símbolo supremo de un viaje espiritual y físico, en el que los peregrinos se embarcan para alcanzar la comprensión de sí mismos y del mundo que los rodea. Como señalaría el filósofo Hermann Kuhn,«Los caminos medievales eran rutas hacia el conocimiento interior, donde cada paso era una oración y cada encuentro, una lección de humanidad».
A lo largo de los siglos X y XI, el Camino de Santiago fue adquiriendo sólidos fundamentos como una de las principales sendas de peregrinación de la cristiandad. La edificación de monasterios, hospitales y albergues a lo largo de la ruta, junto con el amparo y mecenazgo de diversos monarcas y nobles, propiciaron el flujo incesante de peregrinos procedentes de los confines de Europa. El clero, con su devoción infatigable, no solo fomentó la adoración a Santiago, sino que también contribuyó a la construcción de la infraestructura necesaria para recibir y guiar a los peregrinos.
El punto culminante del Camino de Santiago en la Edad Media se reflejó en la imponente edificación de la majestuosa Catedral de Santiago de Compostela, cuyas obras se iniciaron en 1075 impulsadas por el obispo Diego Peláez bajo el auspicio del rey Alfonso VI de León y Castilla. Este período fue crucial en la consolidación del Camino de Santiago como una de las principales rutas de peregrinación cristiana, lo que requería una iglesia acorde a la creciente afluencia de peregrinos.
La primera fase de la construcción, bajo el liderazgo de Diego Peláez, se enfocó en establecer los cimientos y las estructuras iniciales. Se utilizaron recursos significativos, tanto materiales como humanos, provenientes de diversas partes del reino y del resto de Europa. Sin embargo, en 1088, Peláez fue depuesto y encarcelado, acusado de conspirar contra el rey Alfonso VI. Este hecho interrumpió temporalmente los trabajos, que se reanudaron bajo una nueva dirección.
La segunda fase de construcción fue dirigida por el obispo Diego Gelmírez, una figura clave en la historia de la catedral. Gelmírez, nombrado en 1100, mostró una gran habilidad administrativa y un fuerte compromiso con la finalización de la catedral. Bajo su supervisión, se avanzó significativamente en la construcción, especialmente en la nave principal y las naves laterales. Gelmírez además de impulsar las obras arquitectónicas, también promovió el culto jacobeo y consolidó la influencia de Compostela como centro religioso y político.
La construcción de la Catedral de Santiago de Compostela fue mucho más que un hito arquitectónico, convirtiéndose en un símbolo del poder y la influencia de la Iglesia en la Edad Media. La catedral se convirtió en el destino final del Camino de Santiago, atrayendo a miles de peregrinos cada año y consolidándose como uno de los centros espirituales más importantes del cristianismo occidental.
El Codex Calixtinus, una recopilación de escritos relacionados con el apóstol Santiago y la peregrinación, vio su culminación alrededor del año 1140 y se atribuye en parte al clérigo francés Aymeric Picaud. Este manuscrito, conocido también como Liber Sancti Jacobi, alberga no solo sermones y liturgias en honor a Santiago, sino también una guía detallada para los peregrinos, con descripciones minuciosas de las rutas, consejos prácticos y relatos de milagros asociados al apóstol. Su relevancia radica en que proporcionó una estructura sólida y espiritual a la peregrinación, contribuyendo así a la fama y prestigio del Camino de Santiago en toda la cristiandad.
El quinto libro del Codex Calixtinus es especialmente significativo porque ofrece una de las primeras guías de viaje detalladas de la historia. Proporciona información práctica sobre las distintas rutas hacia Santiago de Compostela, incluyendo las condiciones de los caminos, la calidad del agua y del alojamiento, y los peligros potenciales que los peregrinos podrían encontrar. Esta guía, catalogada por el historiador estadounidense Henry Adams como «Una de las obras literarias más importantes de la Edad Media tanto por su valor religioso, como por su riqueza cultural e histórica», se convirtió en una herramienta imprescindible para los peregrinos medievales y contribuyó significativamente a la estandarización del Camino de Santiago como una ruta de peregrinación.
El Codex Calixtinus fue fundamental en el desarrollo y consolidación del Camino de Santiago como una de las principales rutas de peregrinación en la cristiandad. Las descripciones de las diferentes regiones, las costumbres locales y los relatos de encuentros con gentes diversas contribuyeron a un intercambio cultural que enriqueció tanto a los peregrinos como a las comunidades por las que pasaban. Este intercambio ayudó a construir una identidad europea compartida, centrada en valores espirituales y culturales comunes.
Y así, en la bruma de las tierras gallegas, la figura del apóstol Santiago tomó forma, transformándose en el corazón de una devoción que cruzaría los siglos. La historia del camino, continúa.