La leyenda de As Burgas nos invita a reflexionar sobre la fragilidad de las relaciones humanas, la importancia de la confianza y la lealtad, así como las repercusiones profundas de nuestros actos. Nos recuerda que nuestras acciones pueden tener consecuencias inesperadas y duraderas, y que la venganza, aunque comprensible en momentos de dolor, puede llevar a más sufrimiento y destrucción.
En Ribadavia había un ermitaño que se llamaba Pedro y que estaba al corriente de como llevar los canales de aguas calientes al pueblo. Una vez se sintió enfermo y pensó:
Ya soy viejo y algún día ha de acabar mi vida.
Se sentó a la puerta de la ermita cuando pasó por allí un pastor que al verle tan alicaído le preguntó si necesitaba ayuda.
Me encuentro mal, pero Dios dispondrá.
El pastor dijo:
Iré a dejar las ovejas y vendré con el médico.
Así hizo y a partir de ese momento, todos los días el pastor pasaba por la ermita a ver que tal se encontraba Pedro.
En el pueblo había una joven que estaba enamorada del pastor, pero éste no le hacía caso. Un día ocultó en las alforjas el cáliz de la iglesia y le acusó del robo. Los aldeanos, al oírlo, persiguieron al pastor y le dieron muerte. Pedro, al enterarse de la muerte de su amigo desvió los canales de las aguas calientes de Ribadavia a Ourense donde afloraron en las Burgas.