San Pedro de Rocas es un recinto antiquísimo, tosco, casi primitivo, testigo de los primeros asentamientos eremitas en estas tierras. El valor de San Pedro de Rocas es antropológico más que estético.
La iglesia monasterial, de la que tan sólo quedan las paredes, fue construida utilizando como uno de los muros el paramento de las tres capillas que aparecen abiertas en la roca de la vertiente del monte. Los arcos de entrada a estas capillas tienen columnas adosadas con nácelas, bezantes y capiteles labrados en la misma roca en que están abiertas las capillas. Una central de mayores dimensiones y dos laterales. La central tiene una abertura circular, como falsa cúpula con linterna, que llega hasta la cumbre de la montaña, recibiendo por ella la luz del día. Las laterales están cubiertas con bóvedas de medio cañón, que es la forma dada a la roca en la parte superior de las tres capillas.
Una de las particularidades del Monasterio de San Pedro de Rocas es que conserva en el piso de la iglesia una serie de sepulcros antropomorfos.
Durante siglos San Pedro de Rocas pasa por diversas dependencias. En algunas ocasiones se vincula a Santo Estevo de Ribas de Sil. En otros momentos los priores aparecen como autónomos hasta que en el siglo XV el Priorato de San Pedro de Rocas queda unido al Monasterio de Celanova definitivamente.
Tras su llegada a Gallaecia en el año 550, San Martín Dumiense se convirtió en el máximo impulsor cultural y político del Reino Suevo. Bajo su influencia y después de la milagrosa curación de su hijo Teodomiro, Carriarico abandona el arrianismo para abrazar el catolicismo. Tras su muerte, Teodomiro se convierte en el primer rey católico – según cita San Isidoro – debido a la conversión masiva del pueblo Suevo.
En el año 573 el hijo de Teodomiro, Miro gobierna el noroeste de Hispania. Un año antes Leovigildo, asociado al trono visigodo por su hermano Liuva, obtiene el reinado tras la muerte de este.
En este contexto siete ascetas se instalan en esta zona en el año 573 para retirarse a una vida de oración y meditación según consta en la lápida fundacional que se conserva en el Museo Arqueológico de Ourense. En esta lápida aparecen los nombres de algunos de los monjes fundadores: «Hereditas, N.. Eufraxi, Eusani, Quinedi, Eaci, Flavi, Ruve» refiriéndose a ellos como «los herederos» lo que sugiere que este ya existía antes de su época.
Las continuas disputas entre suevos y visigodos finalizan cuando Leovigildo, en el año 585, invade y devasta el reino suevo convirtiéndolo en una provincia más del reino visigodo y restaurando el arrianismo.
En el año 711, tras una serie de monarcas mediocres, años de sequía y hambruna, y coincidiendo con la invasión árabe de la península, los monjes abandonaron el monasterio, cayendo este en el olvido.
En el siglo IX y según la reza en la leyenda, un caballero llamado Gemondus lo descubre durante una jornada de caza cuando perseguía a un jabalí. Gemondus se queda a vivir en el lugar como eremita, siendo nombrado abad por otros caballeros que se le unen para formar una comunidad monástica bajo la regla benedictina.
En el siglo X el rey Bermudo dona al abad Manilán y el eremita Diego el monasterio (1), que perteneciera a Froila, hermana de San Rosendo y después pasara a manos del rebelde Osorio Díaz a quien se lo incautara el citado soberano.
Desde entonces ha sufrido varios incendios, el primero en el siglo XI siendo abad Aloito y el último, que produjo su abandono, en 1928.