Monte do Gozo: La colina donde la alegría se busca

Monumento "Encontro dos Camiños de Santiago", en el Monte do Gozo

¿Alegría? Sí, supongo que algo de eso hay. Pero llegar al Monte do Gozo hoy es una mezcla más rara: alivio, seguro; cansancio acumulado, por supuesto; y esa pregunta flotando en el aire, casi siempre susurrada… ¿dónde están exactamente las torres? Este cerro a las puertas de Santiago carga con el peso de un nombre histórico, «Monte de la Alegría», el lugar donde los peregrinos medievales veían por fin su meta. Pero la realidad actual es, como casi todo, un poco más complicada y bastante menos poética.

Subir hasta aquí sigue siendo un hito. Son los últimos kilómetros, el último repecho antes de la bajada final a la ciudad de piedra. Sientes la cercanía, el final de un viaje largo. Pero el paisaje ha cambiado mucho desde la Edad Media. Y la alegría, quizás, hay que buscarla más adentro que en la simple panorámica.

La subida final y el paisaje cambiado: llegando al ‘Gozo’

El cuerpo ya va en piloto automático después de tantos días o semanas caminando. Pero esta última subida tiene algo diferente. Sabes que estás llegando. El aire huele distinto, más urbano. El sonido de la carretera cercana se hace más presente. Ya no es solo el rumor del bosque o el canto de los pájaros. Es el preludio de la ciudad.

Asfalto y sendero: los últimos kilómetros

El Camino en este tramo final a veces se confunde con arcenes, cruza carreteras, serpentea junto a infraestructuras modernas. Ya no es la inmersión total en la naturaleza. Es una transición, a veces un poco abrupta, hacia el entorno periurbano. Sientes el asfalto bajo las botas castigadas. Ves las primeras señales que indican Santiago ciudad. La expectación crece, claro. Pero se mezcla con la constatación de que el aislamiento del Camino empieza a romperse.

Buscando las agujas: la vista de la Catedral

Y entonces llegas arriba. Al Monte do Gozo propiamente dicho. Y buscas. Buscas con la mirada esas famosas agujas de la Catedral que, según la tradición, llenaban de júbilo a los peregrinos. Y bueno… la vista existe, sí. Pero no es esa imagen abrumadora que quizás tenías en mente. Los árboles han crecido, la ciudad se ha expandido, y las torres, a cinco kilómetros de distancia, se ven pequeñas, a menudo difuminadas por la bruma o la distancia. Hay que esforzarse, encontrar el ángulo correcto. La alegría visual no es inmediata; hay que trabajarla un poco.

El monumento de Juan Pablo II: un mirador con historia y controversia

Para facilitar la tarea (o para monumentalizar el hito), se erigió aquí un enorme monumento tras la visita del Papa en 1989. Dos grandes peinetas metálicas que enmarcan la vista hacia la ciudad. Es el punto de referencia oficial, el lugar donde todo el mundo se hace la foto señalando al horizonte. Su escala es… discutible. Su estética, también. Pero está ahí, imponente, marcando el lugar. Un mirador un poco artificial para una emoción que se supone ancestral y espontánea. Una de las muchas contradicciones de este lugar.

Hormigón y albergues: la ciudad de vacaciones del peregrino

Porque el Monte do Gozo no es solo una colina con vistas esquivas. Es también un enorme complejo construido para el Xacobeo ’93. Un macroalbergue con capacidad para cientos de personas, un auditorio al aire libre (que ha visto tiempos mejores y peores), piscinas (a menudo vacías fuera de temporada alta), cafeterías… Una especie de ciudad de vacaciones temática del peregrino. La intención era buena, supongo: acoger a las masas. Pero el resultado es un conjunto de edificios funcionales, de hormigón y estructuras prefabricadas, que contrasta fuertemente con la piedra antigua de Santiago que espera ahí abajo.

Noches en el ‘macroalbergue’: descanso y convivencia masiva

Dormir en el albergue del Monte do Gozo (si decides hacer aquí la última parada) es una experiencia en sí misma. Hileras interminables de literas, el murmullo constante de gente de todas las nacionalidades, el sonido de cremalleras de saco a horas intempestivas, las duchas compartidas… Es eficiente, sí. Te da un techo y una cama barata a las puertas de Santiago. Pero la intimidad es nula. Es el descanso masificado, la convivencia forzada por la necesidad y el bajo presupuesto. Muy lejos del pequeño y acogedor albergue rural de etapas anteriores. Es la antesala logística de la llegada.

Más allá del Camino: otros usos, otros Gozos

Pero el Monte do Gozo no vive solo por y para el peregrino. El enorme espacio que lo rodea funciona también como un gran parque periurbano para los compostelanos. Sobre todo los fines de semana, ves a gente paseando al perro, haciendo footing, andando en bici, o simplemente sentada en la hierba disfrutando del sol (cuando lo hay). El auditorio acoge conciertos y festivales esporádicamente. Es un espacio con múltiples vidas, aunque a veces parezca un poco desangelado o infrautilizado.

Un parque periurbano con vistas lejanas

La experiencia de estos usuarios locales es muy diferente. Para ellos, no es la culminación de nada, sino un espacio verde más, amplio, con sitio para correr y jugar. Quizás valoren las vistas lejanas de la ciudad, o simplemente la comodidad de tener un parque grande cerca. Su «gozo» es más cotidiano, menos cargado de simbolismo. Ver a un peregrino emocionado junto a una familia haciendo un picnic dominical es observar las diferentes capas de significado que conviven, a veces sin tocarse, en este mismo lugar.

La última colina. O la primera duda

Al final, el Monte do Gozo es una metáfora moderna del propio Camino. Un lugar cargado de historia y expectativas, pero confrontado con una realidad más prosaica, más compleja. La alegría del peregrino al llegar aquí es innegable, pero hoy está matizada por el paisaje transformado, por la infraestructura a gran escala, por la vista que hay que buscar con empeño. Ya no es solo la emoción pura del descubrimiento visual; es también el alivio del cuerpo, la reflexión sobre el viaje hecho, la anticipación (y quizás un poco el vértigo) del final inminente.

La última colina antes del abrazo de piedra de Compostela… ¿Es el Monte do Gozo hoy un final claro y gozoso, o es más bien la primera duda, el umbral donde la idealización del Camino choca con la realidad de la meta?