Samaín – La noche de los espíritus

Samaín

Calabazas con penetrantes miradas, sigilosas arañas que se deslizan cadenciosamente por telarañas interminables, siniestros murciélagos y disfraces, muchos disfraces, son solo algunos de los protagonistas de Halloween, una celebración importada de Estados Unidos que pocas personas asocian a sus orígenes: el Samhain, una antigua celebración religiosa pagana, originada en una tradición espiritual celta.

¿Qué es el Samaín?

Para entender lo que sabemos sobre Samhain o Samaín, es importante tener en cuenta cómo se estructura el calendario celta que divide el año en dos mitades – claras y oscuras -, separadas por dos de sus cuatro festivales anuales de fuego. En medio, se celebraban rituales o ceremonias que marcaban los solsticios o equinoccios. Samhain, el festival de fuego que marca el comienzo de la mitad oscura del año, está situado entre el equinoccio de otoño y el solsticio de invierno.

Imbolc : Entre el solsticio de invierno y el equinoccio de primavera.
Beltane : Entre el equinoccio de primavera y el solsticio de verano.
Lughnasadh : Entre el solsticio de verano y el equinoccio de otoño.
Samhain : Entre el equinoccio de otoño y el solsticio de invierno.

Para los celtas, Samhain (que significa literalmente, “fin de verano”) era quizás la más significativa de estas cuatro celebraciones ya que marcaba el final del verano y, al mismo tiempo, el inició del año nuevo, un momento de muerte y renacimiento, algo que era doblemente simbólico porque coincidía con el final de una abundante temporada de cosecha y el comienzo del frío y oscuro invierno, una etapa que presentaría muchos desafíos.

Historia del Samaín

Los primeros textos presentan a Samhain como una celebración obligatoria de tres días y tres noches en la que se requería la participación de los individuos que componían la comunidad, creyéndose que la falta de la misma resultaba en un castigo de los dioses, generalmente enfermedad o muerte.

Durante las noches de Samaín, los espíritus volvían a caminar sobre la tierra; los espíritus de los familiares eran bienvenidos y se preparaban alimentos para ellos. En cambio, las almas malignas debían ser ahuyentadas para lo que los celtas introducían velas rudimentarias en el interior de las calaveras de los enemigos muertos y las colocaban en los cruces de caminos y los castros. También se creía que los dioses provocaban problemas sobrenaturales «trucos», dando lugar a un tiempo lleno de peligro y cargado de miedo. Se creía que los sacrificios «tratos» (generalmente de cultivos y animales), actuaban como una medida protectora frente a las «malignas» intenciones de los seres de otro mundo.

Las cabezas cortadas

Uno de los motivos más recurrentes dentro de la iconografía prerromana de la Península Ibérica es el de las cabezas cortadas, un acto con raíces e influencias celtas.

Los celtas, adornaban los dinteles y puertas de sus casas con las cabezas cortadas de sus enemigos. Se trataba de un ritual de trasfondo religioso basado en la creencia céltica de que el alma humana residía en la cabeza y al cortar la del enemigo derrotado, el vencedor se apropiaba de su fuerza.

Las cabezas cortadas eran consideradas un elemento de carácter sagrado que protegía y otorgaba prestigio a su poseedor.

Diodoro de Sicilia nos dejó esta referencia escrita:
“Cortan las cabezas de los enemigos muertos en el combate y las cuelgan de los cuellos de sus caballos. Embalsaman en aceite de cedro las cabezas de sus enemigos más distinguidos y las guardan cuidadosamente en una caja, enseñándolas con orgullo a los visitantes, diciendo que por esta cabeza uno de sus antepasados, o su padre, o el propio individuo rehusó el ofrecimiento de una gran suma de dinero. Dicen algunos que se vanaglorian de haber rechazado el peso de la cabeza en oro”