Trasnos: los duendes traviesos del folclore gallego

nterior rústico gallego con lareira, símbolo del hogar de los trasnos

Piensen en una noche fría de invierno en una pequeña aldea de Galicia. Afuera, quizás el viento silba entre los árboles de una fraga cercana, o cae ese orballo persistente que cala hasta los huesos. Dentro, el único refugio parece ser el calor que emana de la lareira, ese hogar ancestral alrededor del cual tantas historias se han tejido. Las llamas danzan proyectando sombras juguetonas en las viejas paredes de piedra. Y en el silencio expectante de la madrugada, cuando el sueño aún no ha vencido del todo, se escuchan… ruidos. Un leve golpeteo, el sonido de algo pequeño que cae, un susurro que parece provenir de ningún rincón en particular. ¿Es el viento? ¿La madera que cruje al enfriarse? ¿O acaso es la visita sigilosa de uno de esos seres que pueblan las leyendas gallegas, el habitante invisible de tantas casas y cuadras?

Hablamos del Trasno, ese duende doméstico cuya presencia, entre traviesa y desconcertante, forma parte intrínseca del rico tapiz del folclore gallego. Les invito a adentrarnos, con calma y curiosidad, en el mundo de estos esquivos compañeros nocturnos.

El retrato esquivo del trasno: Entre la leyenda y el hogar

Definir al Trasno no es tarea sencilla, pues como toda figura mítica, su imagen se difumina en los contornos de la tradición oral. Sin embargo, existen rasgos recurrentes que nos permiten esbozar un retrato. Se le describe generalmente como un ser de pequeño tamaño, a menudo vestido con ropas viejas o remendadas, y coronado casi invariablemente por un característico gorro rojo. Un detalle singular que aparece en muchas descripciones es la presencia de un agujero en la palma de su mano izquierda, un rasgo que, como veremos, resulta crucial en algunas de las estrategias para librarse de su molesta compañía.

Su hábitat predilecto es el hogar humano, las casas, las cocinas, las cuadras, sintiéndose especialmente atraído por el calor de la lareira. Sus correrías y travesuras suelen comenzar cuando los habitantes de la casa se entregan al descanso.

Es importante subrayar que, a diferencia de otras entidades del folclore, el Trasno rara vez es considerado malévolo en el sentido profundo del término. Es, ante todo, un embustero, un bromista incansable, cuya principal motivación parece ser la de importunar, enredar y provocar pequeños caos domésticos.

Su naturaleza lo emparenta con una vasta familia de espíritus domésticos presentes en toda Europa: los pucks irlandeses, los brownies escoceses, los kobolds germánicos… todos ellos comparten ese carácter ambiguo, entre serviciales y molestos, habitantes de ese umbral entre lo humano y lo salvaje.

Travesuras nocturnas

Las manifestaciones atribuidas al Trasno son variadas, pero casi siempre se inscriben en el ámbito de lo cotidiano, alterando la normalidad del hogar de formas sutiles pero persistentes.

Ruidos inexplicables y objetos rebeldes

Una de sus firmas más características es la producción de ruidos nocturnos. Golpes secos en las paredes, el sonido de canicas rodando por el desván, un tintineo metálico como de cadenas arrastrándose, pasos ligeros en habitaciones vacías… Sonidos que quiebran la quietud de la noche y generan una sensación de desasosiego. A esto se suma su afición por cambiar los objetos de lugar. Utensilios de cocina que desaparecen para reaparecer días después en el lugar más insospechado, herramientas que se esfuman justo cuando van a ser utilizadas, puertas que se abren o cierran solas. Pequeñas jugarretas que desconciertan y exasperan a los moradores de la casa.

El desorden en la cuadra y la cocina

La cuadra es otro de sus escenarios predilectos. Una de las travesuras más citadas es la de enredar las crines de los caballos durante la noche, formando intrincadas trenzas que resultan muy difíciles de deshacer. También se le acusa de derramar la harina o la sal en la cocina, de esconder la llave del hórreo, de revolver las cenizas de la lareira o de apagar el fuego cuando más falta hace. Son actos que, si bien no causan un daño grave, sí perturban la rutina y el orden, obligando a rehacer tareas o a perder un tiempo precioso. Es como si el Trasno disfrutara introduciendo un elemento de caos controlado en la ordenada vida campesina.

Pruebas y acertijos: ¿Cómo deshacerse de un trasno?

La tradición popular, tan rica en descripciones de sus fechorías, también ofrece remedios para librarse de tan incómodo inquilino. Curiosamente, estas estrategias no suelen basarse en la fuerza o en conjuros complejos, sino en el ingenio, explotando las supuestas limitaciones del propio Trasno. Una de las más conocidas consiste en dejarle un puñado de grano (maíz, lentejas) esparcido por el suelo.

Se dice que el Trasno, por su naturaleza obsesiva, se sentirá obligado a recogerlo grano a grano, pero al intentar guardarlo en su mano agujereada, se le escapará una y otra vez, manteniéndolo ocupado hasta el amanecer, momento en que debe desaparecer.

Otra treta similar es pedirle que traiga agua en una cesta o en un cedazo: la imposibilidad de cumplir la tarea, debido al agujero en su mano, lo frustrará hasta el punto de hacerle abandonar la casa. Son relatos que, más allá de su eficacia real, nos hablan de una relación casi familiar con estos seres, donde la astucia humana puede prevalecer sobre la molestia sobrenatural.

El trasno y sus parientes

Como apuntábamos antes, la figura del duende doméstico travieso no es exclusiva de Galicia. El Trasno se inscribe en una vasta tradición folclórica paneuropea. Desde el Leprechaun irlandés, más asociado a tesoros ocultos, hasta el Pixie de Cornualles, conocido por desorientar a los viajeros, pasando por el Nisse escandinavo, protector del hogar pero susceptible si no se le trata con respeto.

Todos ellos comparten esa condición de seres liminares, habitantes del umbral, ni completamente salvajes ni totalmente integrados en el mundo humano. Esta universalidad del arquetipo del pequeño espíritu travieso resulta fascinante. ¿Responde a una necesidad psicológica común en todas las culturas para explicar lo inexplicable, para personificar los pequeños contratiempos de la vida diaria? ¿O acaso son ecos distorsionados de antiguas creencias en espíritus de la naturaleza, los genius loci o espíritus guardianes del lugar, que se adaptaron al entorno doméstico con el paso de los siglos?

Del folclore a la psique

Desde una perspectiva racionalista, muchas de las manifestaciones atribuidas al Trasno encuentran explicaciones plausibles. Las casas antiguas crujen, el viento produce extraños sonidos, los animales domésticos pueden ser responsables de ruidos nocturnos o de pequeños desórdenes. La psicología nos habla de fenómenos como la pareidolia –la tendencia a percibir patrones significativos en estímulos ambiguos– o de cómo el estrés y la ansiedad pueden agudizar nuestra percepción de lo anómalo.

La figura del Trasno podría ser, en este sentido, una personificación útil: es más fácil culpar a un duende travieso de la pérdida de unas llaves o de un ruido inquietante, que enfrentarse a la simple contingencia, al desorden inherente a la vida o a nuestros propios descuidos y temores. Es una forma de dar sentido, de nombrar y, por tanto, de controlar simbólicamente aquello que nos perturba.

El folclore, por su parte, nos ofrece otra lectura. El Trasno puede ser visto como un agente de cierto desorden necesario, un recordatorio de que no todo está bajo control humano. Sus travesuras, a menudo, podrían interpretarse como «lecciones»: quizás el caballo cuyas crines amanece trenzadas no fue bien cuidado, o el desorden en la cocina es un reproche a la pereza. Son figuras que reflejan y a la vez regulan, a su manera, la vida comunitaria.

Ahora bien, como explorador de los territorios fronterizos de la experiencia humana, me pregunto: ¿agotan estas interpretaciones la totalidad del fenómeno? Los testimonios sobre encuentros con estos seres, o al menos con sus manifestaciones, son persistentes, a veces vívidos.

¿Podemos descartar por completo que exista algo más allá de la explicación puramente psicológica o sociológica? No me refiero necesariamente a duendes con gorro rojo tal como los pinta la leyenda. Pero quizás sí a la existencia de fenómenos sutiles, de interacciones en los límites de nuestra percepción sensorial ordinaria, que en determinadas condiciones culturales y psicológicas, se manifiestan o se interpretan a través de la figura ancestral del Trasno.

La psique humana es un universo de una complejidad asombrosa, y su interacción con el entorno, con lo que llamamos «realidad», encierra aún profundos misterios. La fuerza de la creencia compartida, la atmósfera de un lugar cargado de historia y leyenda… ¿podrían actuar como catalizadores de experiencias subjetivas que rozan lo inexplicable?

La persistencia de lo diminuto y lo esquivo

El Trasno gallego, como tantos otros parientes suyos del folclore mundial, es mucho más que una simple superstición o un cuento para entretenerse en las largas noches de invierno. Es un fragmento vivo de la memoria cultural, un espejo en el que se reflejan las ansiedades y esperanzas de la vida cotidiana, una forma poética y simbólica de relacionarse con lo invisible, con lo que escapa a nuestro control. Nos recuerda que el misterio no siempre reside en las lejanas galaxias o en las civilizaciones perdidas, sino que puede acechar, juguetón y esquivo, en los rincones más familiares de nuestro propio hogar.

No busquemos aquí respuestas definitivas. La figura del Trasno nos invita, más bien, a mantener una actitud de curiosidad respetuosa ante la riqueza del imaginario popular y ante las preguntas que aún no podemos responder. Quizás la clave no esté en «creer» o «no creer» en su existencia literal, sino en reconocer el valor de estas leyendas como expresiones profundas de la experiencia humana frente a lo desconocido. Escuchemos, pues, con atención los susurros de la noche. Nunca se sabe qué pequeñas maravillas o qué diminutos misterios pueden estar aguardando en las sombras, justo al borde de nuestra percepción. El mundo, amigos míos, sigue lleno de enigmas, incluso bajo nuestro propio techo.